Encuentro en mi camino
a mi jesuita amigo,
Juan, que viene
de lejos, de muy lejos
de mis dieciséis años
con su libro en la mano.
Hijo de Cederström
que parió su pincel
en los años lejanos.
Lo desperté una vez
de su vieja pared
nacida en otro mar,
y lo llevé conmigo
para cuidar castillos.
Y mira, mira, y mira,
mirará eternamente
a ese follaje verde
detrás de una ventana,
que Dios le ha regalado
en su dulce descanso
y en cueva silenciosa.
Y seguirá mirando
hacia ese sol lejano,
y a ese rayo de sol,
que ilumina su asiento
eterno y solitario,
en que nunca tal vez
descansará sentado.